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miércoles, 13 de abril de 2011

Somos Ópalos, no Diamantes

"Ella es un diamante en bruto" es una manera familiar de decir que alguien posee el potencial necesario para llegar a ser mucho mas de lo que es en el presente. Pero creo que nos parecemos más a los ópalos que a diamantes. ¿Sabías que un ópalo está hecho de polvo, arena y sílice del desierto y que debe su belleza no a su perfección sino a un defecto?


El ópalo es una piedra cuyo corazón está roto. Está lleno de mínimas fisuras que permiten la entrada de aire a su interior y luego el aire refracta la luz. Como resultado, el ópalo tiene matices tan bellos que a la piedra se la denomina "la lámpara de fuego" porque el aliento del Señor está en ella.


Un ópalo perderá su resplandor si se guarda en un sitio frío y oscuro, pero lo recuperará cuando se sostenga en una mano cálida o cuando la luz brille sobre él.


De muchas maneras podemos compararnos con el ópalo. Adquirimos color y brillo cuando nos calienta el amor de Dios. Podemos reflejar los hermosos matices de su luz a los demás cuando somos quebrantados por dentro (por medio de nuestros defectos). Es en ese momento que la lámpara del templo puede arder con fuerza en nuestro interior sin vacilar ni apagarse.



Aun así, habrá momentos en que perdamos el brillo en nuestras vidas y es de vital importancia saber cómo restaurarlo. Cuando la plata o el bronce se oxidan buscamos el removedor de óxido y los frotamos. ¿Qué podemos hacer cuando necesitamos restablecer el lustre de nuestras propias vidas? Podemos hacer una pausa temprano por la mañana para buscar la guía de Dios. Podemos hacer un recuento de nuestras bendiciones y nombrarlas una por una.


Una actitud de agradecimiento libera nuestras vidas de la capa de frustración, el óxido del resentimiento y el barniz de la vanidad... todos ellos destructores del autoestima. Cuando hacemos un recuento de nuestras bendiciones, multiplicamos armonía y buenos sentimientos y la llama de la lámpara arde nuevamente con mayor fuerza.




Sin el toque de Dios en nuestras vidas, su obra en nosotros con el fin de lograr su buena voluntad, no hay brillo o hay escaso gozo. Pero cuando le permitimos que obre dentro de nosotros, cuando sentimos su mano sobre nosotros, ya no somos tesoros escondidos; nos convertimos en joyas resplandecientes que embellecen su reino.





Tomado del libro: "Salpícame de gozo en loz pozos ciegos de la vida", de Barbara Johnson - Página 90.

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